La contaminación por metales pesados y metaloides en recursos hídricos, suelos y aire plantea una de las más severas problemáticas que comprometen la seguridad alimentaria y salud pública a nivel global y local. Un metal pesado se suele definir como un elemento químico de propiedades metálicas con una elevada densidad, aunque también hay quien considera […]
Última modificación: 12 febrero 2021
La contaminación por metales pesados y metaloides en recursos hídricos, suelos y aire plantea una de las más severas problemáticas que comprometen la seguridad alimentaria y salud pública a nivel global y local. Un metal pesado se suele definir como un elemento químico de propiedades metálicas con una elevada densidad, aunque también hay quien considera que hay que referirse al número o peso atómico o a alguna de sus propiedades químicas o de toxicidad para diferenciarlos de otros metales. Suelen denominarse así para apelar a su impacto medioambiental, aunque éste dependa de la cantidad en que se encuentre en los ecosistemas y de si experimentan alteraciones. La presencia de metales pesados en el agua, por lo tanto, puede ser preocupante o no dependiendo del caso.
De hecho, algunos materiales pesados como el hierro, el cobalto, el cobre, el manganeso, el molibdeno o el zinc son beneficiosos (¡y necesarios!) para especies como la humana en pequeñas cantidades. Son metales como el mercurio, el plomo o el cromo que pueden llegar a ser perjudiciales en grandes cantidades o tras alteraciones, ya que aumentan en toxicidad y bioacumulación, ya que se acumulan en el organismo y no se eliminan ni por las heces, ni por la orina, ni a través del sudor. Por ejemplo, el mercurio es más tóxico en forma de metilmercurio o dimetilmercurio, y el cromo VI es altamente peligroso mientras que el cromo III es un nutriente esencial para los humanos.
El agua contiene metales pesados de forma natural, sin embargo, su incremento, aunque a veces también viene determinado por un enriquecimiento natural al pasar por acuíferos en los que hay rocas con una elevada concentración de esta materia, mayoritariamente está vinculado a la actividad humana, como la minería y la industria, que genera residuos como el plomo, el mercurio, el cadmio, el arsénico y el cromo, que llegan a los ríos y contaminan las aguas subterráneas.
Por ejemplo, el mercurio, el zinc, el plomo, el cobre, el cadmio, el cromo y el níquel se usan en la pintura de la industria textil y gráfica, y para galvanizado de metales, así como para procesar papel en la industria papelera y como aditivo en la industria peletera, y el arsénico también se usa como aditivo en la industria del plástico.
Estas y otras actividades, como la combustión de gasolina con plomo, también liberan metales como el plomo a la atmósfera, que llega al agua de los ríos y a los acuíferos, y que se usa para la agricultura y la ganadería acumulándose en el organismo de los animales y en las plantas que ingerimos, además del agua del grifo que bebemos.
Algunos de los metales pesados que pueden estar presentes en el agua son:
Muchos habrán oído sobre el riesgo para la salud de consumir pescado azul como el salmón, el atún o el pez espada en grandes cantidades. Esto es porque, al ser, por su tamaño, uno de los últimos eslabones de la cadena alimentaria marina, acumulan el mercurio de los pescados pequeños que depredan.
Aunque el uso industrial del mercurio está prohibido en Europa, su herencia de años de uso todavía sigue viva. Además, este puede llegar al agua a través de la quema de combustibles sólidos, como el carbón o la madera, tanto industrial (generación de energía, producción de metales o de cemento, etc.) como doméstica. Estas cantidades de mercurio que se liberan al ambiente llegan al agua por medio de la lluvia. Actualmente, los océanos contienen un 200% más de mercurio de lo que es natural, y la atmósfera un 500%, tal como indica este artículo.
Los efectos negativos del mercurio en la salud se centran especialmente en embarazadas y niños, ya que la exposición a este metal se puede producir en el útero. Cada año casi 2 millones de niños nacen con unos niveles de mercurio superiores a los recomendados.
Su disminución hasta niveles naturales depende de medidas como la promoción del uso de energías limpias que no dependan de la combustión de carbón como es el caso de la electricidad y de su erradicación en procesos industriales, todavía habituales en muchas partes del mundo.
El plomo se ha utilizado ampliamente en la fabricación de tuberías y materiales de soldadura, entre otros, al ser un material muy blando, y aunque se prohibió al descubrir que se bioacumulaba en el cuerpo humano, provocando problemas en el cerebro y el sistema nervioso, problemas de fertilidad en hombres, daño en los riñones y un incremento de la presión sanguínea, entre otros.
Así como el mercurio, las embarazadas y los niños son más vulnerables al plomo porque puede entrar en el feto a través de la placenta, y causar problemas en el sistema nervioso y el cerebro.
Su erradicación depende, entre otros, de la sustitución de tuberías que todavía perviven en los hogares, que fuerzan una exposición continuada a este metal, y de su reducción en la industria, por ejemplo, en la fabricación de baterías.
Así como el mercurio, las embarazadas y los niños son más vulnerables al plomo porque puede entrar en el feto a través de la placenta, y causar problemas en el sistema nervioso y el cerebro.
Su erradicación depende, entre otros, de la sustitución de tuberías que todavía perviven en los hogares, que fuerzan una exposición continuada a este metal, y de su reducción en la industria, por ejemplo, en la fabricación de baterías.
El cadmio es un material usado en la industria para la fabricación de pigmentos que se usan en el textil, el galvanizado de metales, las pinturas, las artes gráficas y el papel, de baterías de níquel-cadmio o de plásticos como el PVC, y también es un subproducto resultante de la fundición de plomo y zinc en la industria minera.
Aunque cada vez llega menos cadmio al agua debido a las regulaciones existentes, este puede llegar al agua por medio de las aguas residuales provenientes de hogares e industrias y de las aguas superficiales tras el vertido de residuos fertilizantes contaminados. Sin embargo, este metal llega al cuerpo humano mayoritariamente a través de los alimentos que lo bioacumulan más, como champiñones, mariscos o cacao, entre otros. También entra en el organismo por el humo del tabaco.
El cadmio está considerado un cancerígeno, ataca fundamentalmente a los riñones, donde perjudica el sistema de filtración y provoca que se excreten proteínas esenciales y azúcares. Esto puede desembocar en fracturas de huesos, daños al sistema inmunológico y nervioso y problemas de fertilidad, entre otros.
Reducir los límites de cadmio en el aire, el agua y los suelos depende de acciones individuales, como dejar de fumar o reducir el consumo de alimentos que lo contienen en grandes cantidades, reciclar este metal y reducir su uso en la industria, promover condiciones de trabajo saludables para personas que trabajan en fábricas que lo usan, etc.
El cromo, como el cadmio, se usa en una gran cantidad de industrias, especialmente las que usan pigmentos y las que lo usan como aditivo, como es el caso de la industria peletera y de los plásticos. Llega al agua, por lo tanto, a través de su vertido a los ríos, además de a través del aire por combustión y después por la lluvia.
El cromo puede causar problemas en la piel y respiratorios, así como daños en el hígado y el sistema inmunológico, entre otros, cuando se altera y se transforma en Cromo VI.
Este metal puede reducirse con la aplicación de procesos de prevención de la contaminación en las industrias y su reciclado. La apuesta por energías limpias que no dependan de la combustión de carbón también minimiza la presencia de Cromo en el aire que pueda terminar en el agua.
El arsénico es uno de los metales pesados que más intoxicaciones provocan. Se emite al medio ambiente como consecuencia de procesos industriales como la fundición de cobre, zinc y plomo o la fabricación de productos químicos y lentes.
Su vertido como residuo de estas actividades a los ríos expone a las especies marinas que ingerimos como los mariscos o el bacalao, así como productos agrarios que tienen un especial contacto con el agua, como el arroz.
El arsénico en su forma inorgánica puede causar efectos en la salud como la irritación del sistema digestivo, afectación en la sangre y en el sistema respiratorio, problemas en la piel, así como daños en el sistema reproductivo, entre otros.
Los niveles de arsénico en el agua pueden reducirse básicamente mediante la sustitución de fuentes de abastecimiento como aguas subterráneas por otras con niveles más bajos de arsénico y establecer sistemas de eliminación doméstica o centralizada de este metal y asegurar que el agua que consumimos ha recibido un tratamiento de residuos adecuado.
Los límites establecidos en el Real Decreto 140/2003, de 7 de febrero, por el que se establecen los criterios sanitarios de la calidad del agua de consumo humano, establecen unos máximos en la presencia de metales:
Arsénico: 10 microgramos/l
Cobre: 2 miligramos/l
Plomo: 10 microgramos/l
Cromo: 50 microgramos/l
Cadmio: 5 microgramos/l
Mercurio: 1 microgramos/l
Níquel: 20 microgramos/l
Actualmente los niveles de materiales pesados en el agua se mantienen por debajo de los límites legales, que se consideran seguros para el consumo humano. Los efectos más preocupantes son medioambientales, ya que la calidad del agua afecta al equilibrio de los ecosistemas.
Es necesario establecer sistemas de vigilancia de las aguas de consumo humano, para garantizar que los valores de metales pesados presentes en ellas se mantienen por debajo de los límites legales. Para eso las analíticas periódicas son fundamentales. Algunos de los métodos de laboratorio más comunes para detectar metales pesados en el agua usan parámetros fisico-químicos como el pH, la temperatura, el oxígeno disuelto, los cloruros, los nitratos, la materia en suspensión, etc., y métodos instrumentales o colorimétricos, usando técnicas analíticas como la espectrofotometría de absorción y la de emisión atómica.
En ACONSA llevamos a cabo técnicas de detección de metales pesados en el agua potable para garantizar que no exceden los límites legales. Puede consultarse la información sobre este servicio aquí.