En un post anterior explicamos cuáles son los parámetros de calidad del agua que recoge la normativa española para el agua de consumo humano. Listamos parámetros físicos como el color, el olor, el sabor, la turbidez, etc., y parámetros químicos como el pH y el amonio. Sin embargo, dejamos parámetros como el cobre, el cromo […]
Última modificación: 25 agosto 2021
En un post anterior explicamos cuáles son los parámetros de calidad del agua que recoge la normativa española para el agua de consumo humano. Listamos parámetros físicos como el color, el olor, el sabor, la turbidez, etc., y parámetros químicos como el pH y el amonio. Sin embargo, dejamos parámetros como el cobre, el cromo o el níquel, o el cloro libre o combinado residual. En este post hablaremos de algunos de estos y otros parámetros químicos de calidad del agua, que junto con los físicos, los biológicos y los radiológicos constituyen el conjunto de parámetros a considerar para establecer el valor del agua para el consumo.
Recordemos que la calidad del agua es una medida del estado del agua en relación con las necesidades de una o más especies, o en relación con cualquier necesidad u objetivo humano, como beber, bañarse, producir un bien (como energía), evacuar residuos, etc.
Como explicamos en el post anterior, los parámetros de calidad del agua están recogidos en recomendaciones de la OMS, que los países desarrollan en leyes internas. En el caso de España, la ley que rige los parámetros por los que se debe regir la calidad del agua de consumo humano es el Real Decreto 140/2003.
Este Real Decreto enumera, al menos, los siguientes parámetros: color, olor, sabor, turbidez, conductividad, pH, amonio, bacterias coliformes y Escherichia coli (E. coli). Además, también tiene en cuenta, en instalaciones de agua que tienen metales en su instalación, otros parámetros como el cobre, el cromo, el níquel, el hierro, el plomo, etc., y cuando se use cloro libre residual y/o cloro combinado residual para potabilizar el agua, también contempla la medición de estos parámetros.
En el post anterior ya hablamos del pH en el agua, pero al ser uno de los parámetros químicos de calidad del agua más importantes lo recordaremos aquí. El pH mide cuán ácida o cuán alcalina es el agua, mediante un logaritmo negativo de la concentración de iones de hidrógeno.
El agua pura es neutra, con un pH cercano a 7.0 a 25 ºC, pero es difícil que el agua de consumo humano se ajuste a este valor, dado que hay factores que lo adulteran, como el agua de la lluvia, que es ligeramente ácida debido al dióxido de carbono de la atmósfera, o los metales de las canalizaciones.
El agua pura no contiene cloro (Cl2), pero se añade a ella para su desinfección. Se trata de un gas tóxico, pero que en solución acuosa no es perjudicial para la salud, y a su vez, en bajas concentraciones puede determinar una desinfección insuficiente que puede hacer del agua caldo de cultivo de bacterias como la legionella.
Existen dos tipos de cloro residual, el libre y el combinado. Sólo el libre garantiza que se ha llevado a cabo una desinfección satisfactoria, y se mide, entre otros métodos, con DPD (dietil-p-fenilen diamina).
El Real Decreto 140/2003 establece como límite aceptable para aguas de consumo humano una concentración de 1,0 mg/l.
El agua pura suele contener cloruro en muy bajas concentraciones, mientras que el agua residual suele contener cantidades más altas por la presencia de orina y contaminación.
Los iones de cloruro en elevadas concentraciones dan un sabor salado al agua, y también tienen la capacidad de corroer las tuberías.
El límite máximo permitido de iones de cloruro en el agua potable es de 250 mg/l según el Real Decreto 140/2003.
Es un intermedio muy inestable que se forma durante la conversión de algunos derivados del amoniaco (NH2) en nitrato.
Una elevada concentración de nitrito en el agua potable es muy peligrosa para la salud humana, especialmente para los bebés.
El nivel de nitritos en el agua potable no debe ser superior a los 0,5 mg/l en la red de distribución y 0,1 mg/l en la salida de la ETAP/depósito, según el Real Decreto 140/2003.
El nitrato es la forma oxidada más estable de nitrógeno. Su concentración en el agua proviene de la descomposición de la materia orgánica y de la fijación del nitrógeno de la atmósfera.
Su elevada presencia en el agua puede ser muy perjudicial para la salud, ya que se puede reducir a nitrito en el intestino de los bebés y causar una intoxicación. En sistemas naturales como lagos y estanques, una alta concentración de nitrito indica el grado de eutrofización del agua ya que este elemento facilita la proliferación de plantas acuáticas por exceso de nutrientes (por ejemplo, un crecimiento desenfrenado de algas).
El Real Decreto 140/2003 recoge que el nitrato no debe exceder los 50 mg/l en agua potable.
En el agua natural, el fosfato está presente en forma de H2PO4-, polifosfato y como fosfato orgánico. Su exceso está motivado por la presencia de desechos agrícolas, aguas residuales y vertidos industriales.
El fosfato no es tóxico para las personas, pero su concentración es un indicador de importancia, como lo es en el caso del nitrato, para medir la eutrofización en los sistemas de agua natural.
El agua presente en la naturaleza tiene una mínima concentración de metales que pueden encontrarse en las rocas de forma natural. El hierro y el manganeso, por ejemplo, se encuentran en aguas subterráneas en solución como iones ferrosos y manganosos, que expuestos al aire experimentan un cambio en su forma y se vuelven insolubles, afectando al grado de turbidez del agua, pero no resultan perjudiciales para la salud.
Pueden medirse mediante muchos métodos de laboratorio, como distintos tipos de espectrometría, como la de absorción atómica y la de absorción atómica de vapor frío.
Según el Real Decreto 140/2003 el hierro y el manganeso no deben superar los 200 µg/l en hierro, y 50 µg/l en manganeso.
El agua natural puede contener cobre y zinc, que lejos de ser tóxicos (en pequeñas concentraciones), son esenciales y beneficiosos para la salud de las personas, así como el desarrollo de plantas y animales. Sin embargo, pueden producir sabores desagradables en el agua de consumo humano, y en altas concentraciones, pueden cambiar el aspecto del agua.
Estos metales pueden medirse mediante los mismos métodos que determinan la presencia de hierro y manganeso.
La dureza del agua se debe a la presencia de sal de calcio y magnesio (cloruro y sulfato), aunque de forma temporal puede producirse por la existencia de carbonato y bicarbonato de calcio y magnesio.
En función de la concentración de carbonato de calcio, el agua se clasifica como agua blanda, de dureza media, dura y muy dura. Su dureza afecta especialmente a su idoneidad para uso industrial (corroe tuberías, aumenta el gasto energético, etc., como explica este post) e incluso algunos usos domésticos (las aguas duras disuelven peor los jabones y detergentes, por ejemplo). Sin embargo, el agua dura suele ser inocua para las personas, e incluso beneficiosa para beber.
No obstante, cuando la dureza la causa el magnesio, puede afectar negativamente a la salud, por lo que la concentración de Mg ++ no debe exceder los 50 mg/l en el agua potable.
El oxígeno disuelto es un indicador importante de la contaminación del agua. Cuanta más concentración de oxígeno, mejor es la calidad del agua.
La cantidad real de oxígeno disuelto en el agua varía según la presión, la temperatura y la salinidad. Este parámetro no tiene ningún efecto directo sobre la salud de las personas, pero afecta a su sabor.
El oxígeno disuelto puede medirse por método colorimétrico, que es rápido y económico y el método electrométrico, entre otros.
En el Real Decreto 140/2003 la oxidabilidad del agua no debe superar los 5,0 mg de O2/l.
La ley contempla otros muchos parámetros especificados en sus anexos, como el aluminio, el carbono orgánico total, sodio, etc.
Aconsa es un laboratorio acreditado para distintos análisis de agua. Lleva a cabo análisis de agua potable mediante la medición de los parámetros requeridos por la ley y siguiendo las normas de referencia UNE ISO.